Gulf Pine Catholic

4 Gulf Pine Catholic • March 15, 2024 POR EL OBISPO LOUIS F. KIHNEMAN III Obispo de Biloxi Pero su padre ordenó a sus sirvientes: “Traed pronto el manto más fino y vestdle; puso un anillo en su dedo y sandalias en sus pies. Tomad el ternero cebado y matadlo. Entonces celebraremos con fiesta, porque este hijo mío estaba muerto, y ha resucitado; estaba perdi- da y ha sido encontrada”. Entonces comenzó la celebración (Lucas 15: 22-24). Me encanta la parábola del hijo pródigo en el Evangelio de San Lucas. Es especial para nosotros como Iglesia y, gracias a Dios, la comunidad de San Lucas lo preservó para nosotros. Muchas de las parábolas necesitan una inmersión profunda para sacar a la luz el significado oculto o tocar una fibra sensible, y de hecho la parábola del hijo pródigo tiene un significado profundo, pero podemos entender el gozo que se encuentra cuando un hijo o una hija que se ha perdido en el mundo regresa a casa, incluso si nosotros mismos no hemos experimentado esa situ- ación. El amor del Padre por nosotros es ilimitado. Él nos está esperando, así como esperaba el padre del hijo pródigo, orando por su regreso. Cuando recon- ocemos nuestra pecaminosidad y nos arrepentimos, nuestro Padre está allí para ayudarnos, esperando que regresemos a Él. La imagen es muy poderosa, Dios Padre esperán- donos a cada uno de nosotros por amor a nosotros. Aunque hayamos pecado, aunque nos hayamos desviado de Él, todavía somos bienvenidos. Es una acogida de profundo amor. En el evangelio de Lucas, el padre ni siquiera escuchó el discurso completo del hijo. Tan pronto como escuchó su arrepentimiento, ordenó a sus sir- vientes que trajeran “Rápidamente el manto más fino y se lo vistieran; puso un anillo en su dedo y sanda- lias en sus pies. Tomad el ternero cebado y matadlo. Entonces celebremos con fiesta, porque este hijo mío estaba muerto, y ha resucitado; estaba perdido y ha sido encontrado”. Dios Padre quiere que sus hijos regresen a casa, y es a través de Dios Hijo que esto sucede para no- sotros en el Sacramento de la Reconciliación. Obispo Kihneman Debo admitir que cuando escucho confesiones, es probablemente el momento más humilde de mi sac- erdocio porque, en ese momento, debo hacerme a un lado y dejar que Dios obre y que suceda el perdón. Realmente es un momento increíble. Es el amor de Jesucristo hecho presente para nosotros en el Sacra- mento de la Reconciliación. Es lo que escuchamos en el Libro del Apocalipsis, 7:14: “Lavaron sus vestidu- ras y las emblanquecieron en la sangre del cordero”. Otra parte de la parábola del hijo pródigo a la que debemos prestar atención es al hijo mayor. Es más probable que nos encontremos en el lugar del hijo mayor. El llamado a la humildad puede perderse en nuestro orgullo. El llamado a recibir a alguien que nos ha lastimado, y especialmente si ha lastimado a alguien que amamos, es un gran obstáculo, pero no imposible cuando se lo entregamos a Dios. El hijo mayor se sentía muy herido por el hijo menor, por sí mismo y por el agujero que habría dejado en el corazón de su padre cuando se fue, sin mencionar la lucha que habría sido para la familia económicamente. Se fue, le hizo daño a él y a su padre. Puedo imaginar las preguntas sin respuesta que tenía el hijo mayor. ¿Por qué dejó a la familia? ¿Cómo pudo hacernos esto? La respuesta del padre al final del evangelio es una que debemos grabar en nuestras almas: “Hijo mío, estás aquí conmigo siempre. Todo lo que tengo es tuyo. Pero ahora debemos celebrar y alegrarnos, porque tu hermano estaba muerto y ha resucitado; estaba perdido y ha sido encontrado” (Lucas 15:31- 32). El regalo de Dios para nosotros es Su hijo, Jesu- cristo, y ese regalo nos trae perdón, sanación, paz y nos muestra el amor de Dios en misericordia, el re- galo de compasión de Dios es para todos y cada uno de nosotros. “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su único Hijo, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16). A veces resulta abrumador intentar comprender esto: un amor tan profundo y completo. La parábola del hijo pródigo nos da una idea de ese amor y de la preocupación particular de Jesús por los perdidos, y del amor de Dios por el pecador arrepentido. Y a to- dos los que responden con fe y arrepentimiento a la palabra que Jesús predica, Él les trae salvación, paz y vida abundante. Después de su resurrección, Jesús instruye a María Magdalena a “ir a mis hermanos y decirles: Voy a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios ” (Juan 20:17b, énfasis añadido). Ser discípulo de Jesús es estar en la misma relación de in- timidad amorosa con Dios Padre que Jesús tiene, ser hijos e hijas de Dios, compartiendo la relación divina de Jesús con Dios Padre. ¡La fuente de esta relación es el Espíritu Santo! En Lucas 11:13, después de que Jesús compar- tió el Padre Nuestro y continúa enseñando sobre la oración, dice: “Pues si vosotros, que sois malvados, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre que está en los cielos os dará ¿El Es- píritu Santo a quienes se lo piden?” El más deseable de todos los dones del Padre es el que más desea dar- nos: el don del Espíritu Santo. ¡A través del Espíritu Santo oramos, a través del Espíritu Santo entramos en esa relación amorosa e íntima con Jesús y con nuestro Padre como sus amados hijos e hijas! Dios Padre nos espera en el Sacramento de la Reconciliación Pray for vocations to the priesthood and religious life in the Diocese of Biloxi by visiting www.invisiblemonastery.com

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