Gulf Pine Catholic

8 Gulf Pine Catholic • June 7, 2024 POR EL OBISPO LOUIS F. KIHNEMAN III Obispo de Biloxi “Cuando el Padre envía su Palabra [Jesús], envía siempre su Soplo [Espíritu Santo]. En su mis- ión conjunta, el Hijo y el Espíritu Santo son distintos pero inseparables. Sin duda, es Cristo quien se ve, imagen visible del Dios invisible, pero es el Espíritu quien lo revela”. (Catecismo de la Iglesia Católica párrafo 689). En Pentecostés, el Espíritu Santo descendió sobre María, los Apóstoles y los primeros seguidores de Jesús en el aposento alto, y provocó el nacimien- to de la Iglesia. El Espíritu Santo otorgó dones y frutos del Espíritu que son necesarios para cumplir la Gran Comisión a todos los presentes, y estos dones también nos son dados a nosotros. El Espíritu Santo vino con poder: “Cuando se cumplió el tiempo de Pentecostés, estaban todos juntos en un lugar. Y de repente vino del cielo un ruido como de un viento fuerte que se impedía, y llenó toda la casa en que estaban (Hechos 2:1-2). Nosotros, en la costa, sabemos cómo es, cómo se siente y cómo suena un viento fuerte y potente. Es asombroso y puede resultar aterrador cuando nos topamos con un viento fuerte y potente. El Espíritu también vino en llamas, entonces se les aparecieron lenguas como de fuego, que se repar- tieron y se posaron sobre cada uno de ellos (Hechos 2:3). – la llama de la esperanza, la llama de la fe, la llama del amor. Nuestro primer encuentro con el Espíritu Santo a través de los Sacramentos es en nuestro bautismo. Somos ungidos dos veces en el bautismo: antes, somos ungidos con el Óleo de los Catecúmenos y, después del agua bautismal, somos ungidos con el Óleo del Crisma, que es la unción del Espíritu Santo. Renacemos y emprendemos un camino hacia Dios, en el que verdaderamente nos convertimos en hijos e hijas de Dios, herederos del cielo, y su Espíritu habita en nosotros. Es su Espíritu el que nos guía, nos guía, nos transforma en sus discípulos y man- tiene brillante en nuestras vidas la luz de Cristo que recibimos en nuestro bautismo. Cuando los presentes en el aposento alto recibi- Obispo Kihne man eron el Espíritu Santo y permitieron que el Espíritu se moviera y obrara en ellos, pudieron usar los dones del Espíritu Santo, “según el Espíritu les capacitó”. La audaz proclamación del Evangelio por parte de San Pedro poco después de recibir el Espíritu Santo se registra en Hechos 2:14-41. Instó al pueblo a arre- pentirse y ser bautizado y perdonado para que ellos también pudieran recibir el don del Espíritu Santo: Pedro les dijo: Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo”. Los que aceptaron su mensaje fueron bau- tizados, y ese día se añadieron unas tres mil personas (Hechos 2:38,41). La Confirmación, nuestro propio Pentecostés, se nos da para permitirnos convertirnos en discípulos intencionales de Jesucristo a través del don del Espíritu Santo. Con la imposición de manos y la unción en la frente con el aceite del Santo Crisma, invocamos al Espíritu Santo sobre cada individuo para que sea lleno del Espíritu de Jesús y se convier- ta en su discípulo comprometido. Todos los que hemos recibido el Sacramento de la Confirmación hemos recibido los dones y la plenitud del Espíritu de Dios. Los siete dones del Espíritu Santo se descri- ben en Isaías 11:2-3, como sabiduría, conocimiento, entendimiento, consejo, fortaleza, piedad y temor del Señor. Estos dones y el Espíritu que los trae están destinados a cambiar nuestras vidas. A través del Espíritu, permitimos que Dios guíe nuestras vidas, pero debemos cooperar con su Espíritu. Debemos vivir según el Espíritu como seguidores de Cristo. Los Dones del Espíritu son nuestros para usarlos para la gloria de Dios y para la evangelización de aquellos con quienes nos encon- tramos. En su carta a los Gálatas, San Pablo escribe que cuando somos guiados por el Espíritu, realiza- mos los frutos del Espíritu Santo: amor, alegría, paz, paciencia, bondad, generosidad, fidelidad, manse- dumbre y dominio propio. Oramos para que el Espíritu venga a nosotros cuando nos reunimos para adorar y celebrar la Eucaristía. Pedimos a Dios que santifique los dones que ofrecemos en el Altar enviando el Espíritu Santo: “Santifica, pues, estos dones, te rogamos, enviando tu Espíritu sobre ellos como rocío, para que se conviertan en Cuerpo y Sangre. de nuestro Señor Jesucristo (Plegaria Eucarística II, 101)”. El pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Jesús nacido de María por el Espíritu Santo, el Jesús en cuyo Espíritu somos bautizados, el Jesús que nos habla por su palabra, el Jesús que murió en la cruz, el Jesús que resucitó de entre los muertos y ascendió al Padre, y Él se nos entrega a nosotros en la Sagrada Comunión. Jesús nos invita a los Sacramentos y a una rel- ación de amor muy especial, que comenzó con Su madre. Con su “Sí”, María permitió que el Espíritu Santo obrara en ella y ¡se convirtió en Madre del Hijo de Dios! Ese “Sí” cambió el mundo entero. Ahora, nos corresponde a cada uno de nosotros, como María, decir “Sí” al Padre, “Sí” a Jesús y “Sí” al Espíritu Santo. Es una tremenda invitación y un regalo que se nos hace, si lo aceptamos. ¡Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en nosotros el fuego de tu amor! Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra Pray for vocations to the priesthood and religious life in the Diocese of Biloxi by visiting www.invisiblemonastery.com

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