Gulf Pine Catholic
8 Gulf Pine Catholic • June 21, 2024 POR EL OBISPO LOUIS F. KIHNEMAN III Obispo de Biloxi Sed misericordiosos, como [también] vuestro Padre es misericordioso (Lucas 6:36). Cuando llegué por primera vez como su obispo hace más de siete años, visité a algunas de las perso- nas sin hogar atendidas por la Sociedad de San Vicente de Paúl en la Parroquia Nuestra Señora de Fátima en Biloxi. Hubo una circunstancia particular que me dejó el corazón destrozado. Había una mujer joven que llegó pidiendo ayuda con un bebé en brazos después de que su novio la echara del lugar donde vivían. No pudimos ubicarla en ningún lugar. Los voluntarios de San Vicente de Paúl llamaron a todas las organizaciones que podían ayudar y no había ningún lugar adonde ir. Finalmente tuvimos que internarla en un hotel. Esa experiencia realmente cambió mi perspecti- va de lo que me esperaba como obispo de Biloxi. Las personas sin hogar han tenido un lugar en mi corazón durante muchos años, pero esa experiencia me impactó en un nivel completamente diferente. Cuando era sacerdote en la Diócesis de Corpus Christi, abrimos un albergue allí. Después de esa experiencia particular con la joven sin hogar y su bebé, estaba decidido a establecer algo similar aquí. La muerte de algunas de nuestras personas sin hogar durante el calor del verano pasado amplificó la necesidad y estimuló nuestra transformación del antiguo gimnasio y casa de campo Mercy Cross en Biloxi en un centro de día para las personas sin hogar y menos afortunados. Un día, cuando estemos en juicio ante Dios, Él nos mostrará a aquellos que encontramos en necesi- dad y nos preguntará qué hicimos durante nuestro tiempo en la tierra para ayudarlos. De hecho, esa es la pregunta que Él nos plantea a todos y cada uno de nosotros: ¿Qué hicimos para ayudar a alimentar al hambriento, dar de beber al sediento, acoger al extraño, vestir al desnudo, visitar al prisionero? Como dice Jesús en el Evangelio de Mateo: “En verdad os digo que todo lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mateo 25:40). La semana pasada, experimentamos un evento muy poderoso y conmovedor cuando nuestro Señor Eucarístico con los peregrinos de la ruta de San Juan Diego de la Peregrinación Eucarística Nacional se dirigieron a través del sur de Mississippi. Cientos de fieles Participó en la peregrinación: cantando, orando, honrando y adorando al Señor a través de la Adoración del Santísimo Sacramento y participando en el Santo Sacrificio de la Misa. ¡Como pueblo de la Eucaristía, también estamos llamados a la misión! Considere las palabras del cardenal Telesphore P. Toppo: Cuando celebramos la Eucaristía proclamamos el gran acto redentor de Cristo y nos compromete- mos a continuar su obra en el mundo viviendo una Obispo Kihne man vida de amor y de compartir. Esto es lo que hicieron los primeros cristianos para mostrar su identidad. Reconocieron al Señor al partir el Pan y fueron reconocidos como cristianos al compartir el pan (Hechos 2, 44-47). La Eucaristía, por tanto, fue un acto mediante el cual expresaron su identidad reli- giosa, una identidad basada en su relación con Dios y con sus semejantes. Cuando los discípulos de Cristo traducen el amor de Dios – que experimentan en Cristo en la Eucaristía – en su vida cotidiana, en sus relaciones entre sí y con otros seres humanos, entonces están construyendo una nueva sociedad, una nueva creación. ( La Eucaristía y la Misión -- Telesphore P. Cardenal Toppo, Arzobispo de Ranchi, India, Québec, viernes 20 de junio de 2008 ) Como pueblo eucarístico y a través de nuestra relación con Jesucristo, estamos llamados a relacio- narnos unos con otros, especialmente con los pobres y los que viven al margen de la sociedad. El estab- lecimiento del Centro Mercy Cross es una señal poderosa de nuestro compromiso de continuar la obra del Señor y está arraigada en nuestra identidad como pueblo eucarístico. Este ministerio ya está dando frutos (ver pág. 1 -- informe de Jennifer William para más detalles) y estoy muy agradecido a Jennifer, al diácono John Jennings, a Pam Leach, a Peter Stephens y a todo el personal de Caridades Católicas del Sur de Mississippi por su esfuerzos para poner en funciona- miento el Centro Mercy Cross. Una de las cosas que me ha conmovido profun- damente es el hecho de que todos los grupos de nuestra zona que ministran a las personas sin hogar han dicho “sí” cuando les hemos pedido su ayuda. Eso me dice que esto es del Señor. Creo que el Señor quiere que esto sea fructífero y que el Señor quiere que ministremos a nuestros hermanos y hermanas sin hogar y los ayudemos a encontrar una manera de regresar a la sociedad y, si es necesario, a encontrar empleo. El Mercy Cross Center no será una residen- cia permanente. Se supone que será transitorio hasta que podamos ayudarles a encontrar vivienda. Se necesita de todos nosotros para ministrar a las personas más necesitadas entre nosotros. Sí, necesi- tamos poner las cosas en las manos de Jesús, pero en palabras de Santa Teresa de Ávila: “Tuyas son las manos, tuyos son los pies, tuyos son los ojos, tú eres su cuerpo. Cristo ahora no tiene más cuerpo que el tuyo, ni manos, ni pies en la tierra que los tuyos, tuyos son los ojos con los que mira con compasión a este mundo”. Conocer a Jesús, amar a Jesús, servir a Jesús y dar testimonio de Jesús significa que debemos com- partir el amor de Jesús con los demás para que el anhelo de los corazones de los demás también pueda ser satisfecho en su amor. Esto es primordial para nuestro propósito como cristianos católicos. Alguien que modeló maravillosamente el ideal de ministrar a los menos afortunados fue San Martín de Porres. Es uno de los santos patrones de nuestra diócesis y cuyo nombre adornará Mercy Cross Field House. Si alguna vez ha estado dentro de la Capilla de Santa Ana, Madre de María en el Centro Pastoral de la Diócesis de Biloxi, es posible que haya notado una hermosa estatua de San Martín de Porres cerca del tabernáculo. San Martín era un hermano domini- co laico de ascendencia peruana que abrió un refugio para niños sin hogar, brindándoles comida, ropa y educación. También estableció un hospital donde atendió a los enfermos y moribundos, brindando consuelo y curación a los necesitados. Alimentó, protegió y cuidó a cientos de familias. Sigamos orando para que el Centro Mercy Cross sea una fuente de ayuda, esperanza y sanación para quienes entren por sus puertas y, mientras reflexion- amos sobre la vida de San Martín de Porres, esforcé- monos por emular su espíritu de humildad, compa- sión y amor. Al hacerlo, honramos no sólo su memo- ria sino también los valores eternos que encarnó, valores que tienen el poder de transformar nuestro mundo para mejor. Oración por San Martín de Porres Oh Señor Jesucristo, que inflamaste el corazón de San Martín con un ardiente amor por los pobres y que le enseñaste la maravillosa alegría de la ver- dadera humildad y la sabiduría de someternos siem- pre a la Santa Voluntad de Dios, concédenos que, como él, seamos siempre verdaderamente humildes de corazón y llenos de caridad cristiana hacia la hu- manidad que sufre. Te damos gracias por haber el- evado al Beato Martín a la Alta Dignidad de la San- tidad para que, imitando la vida santa y disfrutando de la poderosa ayuda de este gran santo, el mundo entero se acerque a Ti, Salvador del género humano, que vives y reinar con Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo para siempre. Amén. ¡San Martín de Pores, ruega por nosotros! El Señor escucha el clamor de los pobres
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