Gulf Pine Catholic
6 Gulf Pine Catholic • August 30, 2024 POR EL OBISPO LOUIS F. KIHNEMAN III Obispo de Biloxi Los evangelios dominicales de las últimas semanas han sido del sexto capítulo del Evangelio de Juan, llamado Discurso del Pan de Vida. Te animo a que vuelvas a leer este poderoso capítu- lo, pases algún tiempo con él en oración y vuel- vas a leerlo con frecuencia. El Evangelio de San Juan es maravilloso porque nos lleva a la iglesia primitiva, con Jesús diciendo: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; el que come este pan vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Juan 6:51). Jesús se entrega a nosotros de manera real y per- sonal. Jesús nos dice a cada uno de nosotros: “Yo soy el pan de vida, el que a mí viene, nunca ten- drá hambre, el que cree en mí, nunca tendrá sed” (Juan 6:35). Recientemente asistí al Congreso Eucarístico Nacional, donde 60.000 católicos de todo el país se reunieron para celebrar a Jesús como el pan de vida, la verdadera presencia. Antes del Congreso Eucarístico, los Peregrinos Eucarísticos de Juan Diego viajaron desde Brownsville, Texas, a Indianápolis para el NEC. Durante la peregri- nación, llevaron a Jesús en la Eucaristía por la autopista 90 desde Nuestra Señora del Golfo en Bay St. Louis hasta la Catedral de la Natividad, detenién- dose en la Parroquia de la Sagrada Familia, la Parroquia de Santo Tomás Apóstol y la Parroquia de Santiago. Mientras pasaban en procesión, muchos que- daron impactados por la realidad de que Jesús está verdaderamente presente en la Eucaristía. Uno de ellos es un joven adicto a las drogas. Él es católico, pero había dejado de asistir a misa. Estaba deambu- lando cerca de la procesión eucarística y sintió que algo sucedía: se dio cuenta de que algo faltaba en su vida. Se dio cuenta de que aquello con lo que estaba llenando su vida en ese momento no era lo que real- mente anhelaba y que no era quien estaba llamado a Obispo Kihneman ser. Después de su encuentro con Jesús en la pro- cesión eucarística, finalmente tomó la decisión de venir a nuestro Centro Mercy Cross, un refugio diurno para personas sin hogar. Llegó allí atraído por ese hambre que tenía. Vino por un par de semanas, interactuando con el personal. Luego desapareció durante 12 días. Los miem- bros del personal del MCC estaban preocupados, no sabían qué le había pasado ni adónde había ido. Regresó con una gran sonrisa en su rostro y dijo: “Estoy limpio”. Le dijo al personal que está compro- metido a que su hambre sea saciada por el pan de vida, por Jesús mismo. Él está cooperando con el personal para ayudarlo a encontrar trabajo y una situación de vida más estable. Él es una de las 42 personas que hemos podido sacar de la calle en los últimos dos meses, pero lo más importante es que les hemos brindado la oportunidad de un encuentro con nuestro Señor Jesús. ¡Quiénes somos está profundamente impacta- do por el hecho de que Jesús ha dado su vida por cada uno de nosotros y nos ofrece su vida, su mismo cuerpo y sangre, en la Eucaristía! Nuestro encuentro con Jesús revela quiénes somos a la luz de su amor por nosotros. Cuando estamos arraiga- dos en la verdad de su amor, podemos conver- tirnos en quienes él nos llama a ser. Jesús comparte con nosotros el pan de vida. Quien a él viene, nunca tendrá hambre. ¿Cuáles son las hambres que nos azotan? Tenemos muchas adicciones, demasiadas para contarlas. Tómate el tiempo para orar y reflexionar sobre qué adicción luchas a diario para poder reconoc- erla. El Señor quiere llenar esa hambre en nues- tras vidas, alimentarnos, amarnos y darnos el cielo. Jesús dice: “El que cree en mí no tendrá sed jamás”. ¿De qué tenemos sed? Mi padre creía en Jesús y yo fui su cuidador durante los últimos tres años de su vida. Le pre- guntábamos “¿Qué quieres para tu cumpleaños? Él decía: “Paz”. “¿Qué quieres para Navidad?” preguntaríamos. “Después de que arregles mi computadora, paz”, dijo. Esa fue su oración. ¿De qué tenía sed? La paz del cielo. Todos tenemos sed de la paz que viene del cielo, el gozo del cielo y la presencia del cielo dentro de nosotros. Podemos llenar esa hambre y saciar nues- tra sed entregándonos a Jesús como él se ha entrega- do a nosotros. Oremos por la gracia de recibir ese regalo - que cuando nos arrodillamos en Adoración, cuando nos acercamos para recibir a nuestro Señor en la Sagrada Comunión para recibir su cuerpo y su sangre -- que se vuelva uno con nosotros -- que per- mitamos que nuestra hambre sea lleno, porque él verdaderamente es el pan de vida; y que dejemos que nuestra sed sea saciada, porque realmente cree- mos en Él. Jesús nos ofrece alivio de nuestra hambre y sed a través de la Eucaristía. Jesus says “Whoever believes in me shall never thirst.” What do we thirst for? My father was a believer in Jesus, and I was a caregiver for him in the last three years of his life. We would ask him “What do you want for your birthday? He would say, “Peace.” “What do you want for Christmas?” we would ask. “After you fix my computer, peace,” he said. That was his prayer. What was he thirsting for? The peace of heaven. We all thirst for the peace that comes from heav- en, the joy of heaven, and the presence of heaven within us. We can fill that hunger and satiate our thirst by surrendering ourselves to Jesus as He has given Himself to us. Let us pray for the grace to receive that gift -- that as we kneel in Adoration, as we come forward to receive our Lord in Holy Communion to receive His body and His blood -- that becomes one with us -- that we allow our hunger to be filled, because He truly is the bread of life; and that we allow our thirst to be filled, because we truly believe in Him. Bishop Kihneman From page 3
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